El gesto del Papa con una sobreviviente del Holocausto

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Lidia Maksymowicz mantuvo una reunión con Francisco y manifestó: «Nos entendimos con la mirada, no hicieron falta las palabras».

Una mujer polaca, sobreviviente de los campos de concentración nazis y lo experimentos de Mengele, mantuvo un emotivo encuentro con el Papa Francisco.

Lidia Maksymowicz se preparó y asistió a una audiencia general para visitar al Sumo pontífice, cuando llegó el momento del saludo protocolar, Francisco observó el número de deportación al campo de concentración tatuado en el brazo de la mujer, se inclinó y le dio un beso en ese mismo número que después de 76 años le recuerda a diario el horror que vivió siendo una niña.

Al salir de la reunión, Lidia habló con Vatican News sobre el sorprendente, instintivo y afectuoso gesto del Papa: «me ha fortalecido y me ha reconciliado con el mundo», señaló con la voz entrecortada.

Según especificó, ella no dejó de creer en Dios a pesar de todo lo que le tocó vivir en aquel infierno. Lidia sólo tenía tres años cuando, en 1941, cuando fue deportada junto a su madre y a sus abuelos maternos por ser sospechosos de colaborar con los partisanos.

«Era pequeña, era muy joven, pero ya tenía una gran experiencia tras haber vivido escenas de guerra en la antigua Unión Soviética. Estaba preparada para el dolor, para el mal hecho por los hombres contra otros hombres, pero no esperaba experimentar lo que viví en Auschwitz», contó.

Lidia continuó con el duro relato de su vida: «Fui deportada en un tren sólo apto para animales, quizá ni siquiera para eso. Cuando las puertas se abrieron, vi escenas terribles. Mis abuelos fueron separados de nosotros y de los demás, y luego enviados a un barracón con una chimenea de la que salía un humo con un hedor atroz. Mi madre y yo, sucias, hambrientas, asustadas, obedecíamos a los soldados que gritaban palabras incomprensibles mientras los perros ladraban. No entendíamos nada, hacíamos todo lo que nos decían, estábamos aterrorizadas».

Ambas fueron identificadas en el campo como prisioneras polacas, con la «P» cosida en sus uniformes a rayas, la madre fue trasladada a los barracones de los trabajadores en el que trabajaba el médico Josef Mengele, el hombre que ya entonces era apodado el «ángel de la muerte». En cambio, ella fue derivada a una «casa llena de niños de diferentes edades y nacionalidades».

Ese hogar era el depósito que Mengele utilizaba para llevar a cabo sus experimentos con mujeres embarazadas, bebés gemelos y personas con malformaciones. A Lidia la habían enviado allí porque era una «niña bonita y sana». Casi ochenta años después del horro, ella no recuerda lo que Mengele hizo pero sí «el dolor» y su mirada: «Era una persona atroz, sin límites ni escrúpulos. Día tras día, muchas personas perdieron la vida en sus manos. Después de la guerra, se encontraron libros con referencias a números tatuados, incluido el mío».

Por su parte, Lidia señaló que este fue un encuentro muy especial ya que se dio el mismo día en el que se celebraba el Día de la Madre en Polonia: «Para mí es un aniversario especial, porque he tenido dos madres: la que me dio a luz, y que me robaron en el campo de concentración cuando tenía tres años, y la madre polaca que me adoptó una vez libres y a la que debo mi salvación».

Al ser consultada sobre lo que sintió en el intercambio con Francisco, Lidia explicó: «Con el Santo Padre nos entendimos con los ojos, no tuvimos que decirnos nada, no hacían falta las palabras».

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